miércoles, 17 de septiembre de 2008

NUEVA OPORTUNIDAD, NUEVA VIDA.

Esa mañana de invierno desperté con un sobresalto, como cuando despiertas de una terrible pesadilla, sin embargo no podía recordar lo que soñaba. No sabía la razón, pero me sentía libre, tranquila.

Al levantarme de la cama fui presurosa a tomar un baño, pues era el cumpleaños de mi mamá y daría una fiesta en su casa de campo. Cuando estaba desayunando mi hermano mayor apareció con una mirada de tristeza, se sentó a mi lado y comenzó a llorar. Le pregunté en repetidas ocasiones cual era el motivo de su angustia, a lo que sólo respondió, “no te vayas por favor, ya te extraño”. Esa frase soltó en mí una estridente carcajada. Le respondí “mañana regresaré al medio día, no te preocupes.”. Sin embargo, percibí que mis palabras no lo reconfortaron, estaba segura que era algo más profundo lo que le preocupaba. Lo abracé por última vez. Eran las 11 de la mañana y si no salía en ese mismo momento, no llegaría a tiempo.

Cuando encendí el carro, una estación de jazz empezó a sonar. Me pareció extraño, pues no era la radio que dejé antes y nadie había entrado a mi auto. Sin embargo la música estaba totalmente conectada con mi estado de ánimo.

Después de dos horas y media de recorrido, finalmente llegaba a la casa de mi madre. Al bajar del carro, inmediatamente llegaron a mi mente recuerdos de la infancia transcurrida en ese lugar que tanto amaba. Sólo lamenté que Pablo, mi hermano mayor, no estuviera presente. Tres meses atrás había tenido un serio conflicto con mamá, desde ese entonces no se veían ni hablaban. Aún no comprendía como pudo una tonta discusión terminar en agresión física. Pablo golpeó a mamá, se arrepintió, pero el sentimiento de vergüenza y culpa con el que ha batallado desde entonces, le impiden verla a los ojos. Mamá lo extraña también, lo llama constantemente, pero él no ha tenido el valor de contestarle. Se que el mejor regalo que mamá podría recibir en su cumpleaños 51, sería la reconciliación con Pablo.

Cuando dejé los recuerdos a un lado y volví a la realidad, camine hacia la parte trasera de la casa de ladrillo. Allí se encontraba el establo, quería conocer a las dos nuevas adquisiciones de mamá. Inevitablemente llegó a mi mente el recuerdo de una calurosa tarde de marzo, cuando mi papá, que en paz descanse, me enseño a montar por primera vez. Tenía siete años en ese entonces. Mis recuerdos fueron interrumpidos con un crujir de paja provocado por grandes pisadas, volteé la vista. Fue allí cuando grité histéricamente del asombro, no sabía si correr o quedarme. Mi padre, quien había fallecido hacía cuatro años, estaba frente a mí. Su rostro estaba predominado por unos ojos muy brillantes, llenos de amor y paz. Aún no salía de mi asombro cuando vi a la abuela, ella había muerto hace siete años. Ambos me miraban con dulzura, pero no decían nada. Estaban vestidos con un atuendo muy elegante y detallado de color blanco. El silencio se rompió cuando me dijeron “bienvenida”. El shock en el que estaba me impedía articular palabra, pero finalmente lo logré. Pregunte entonces “qué hacen aquí?”. “Venimos a acompañarte, para animarte y darte fuerza.” dijo la abuela. “Entonces estoy muerta como ustedes”. Mi padre dijo: No lo estarás, sólo has venido a visitarnos.” “Queremos aprovechar para decirte que te amamos, pero debes también amarte a ti misma. No juegues más con tu vida ni con tu salud.” “Dios decidió darte otra oportunidad, pero quien sabe si despues de esta tendrás otra, y aún no has cumplido tu misión”. Sus palabras me hicieron reflexionar y llorar inconteniblemente. Me acerque más para abrazarlos. Cerré los ojos y logré abrazarlos como por medio minuto, cuando los abrí, estaba ya en una sala de urgencias, observé a un grupo de cinco médicos que trataban de volverme a la vida. Luego, sentí una fuerza de atracción muy fuerte, que me llevó de regreso a mi cuerpo. En ese momento di signos de vida nuevamente. Sentía un fuerte cansancio y adormecimiento, por lo que no pude estar despierta, pero si viva.

Volví a despertar y estaba Pablo y mi mamá junto a mí, con evidente preocupación en su rostro. Ambos tenían los ojos hinchados, asumí que habían estado llorando. Me abrazaron y luego, ante mi atónita mirada, ellos se abrazaron. Habían dejado atrás los problemas.

Unos días transcurrieron hasta que estaba plenamente bien. Una noche estando sola en mi habitación, lloré de agradecimiento, de felicidad y de arrepentimiento. Agradecí a Dios su bondad, la nueva oportunidad que me daba. Estaba feliz de estar con vida, e imaginé el dolor que mi muerte hubiese causado a mi familia, en especial a mi mamá. Estaba conscientemente arrepentida de mi irresponsabilidad. Desde ese momento abandoné los malos hábitos y si, el terrífico campo de las drogas que estaba explorando y que me había causado esta mala experiencia.

Mi vida desde ese entonces se centró, una nueva persona nació en mí. Había cambiado para bien, estaba decidida a no remover los errores del pasado. Una nueva oportunidad que me hizo reflexionar, cambiar y crecer. Ahora vivo como si no volviera a tener una oportunidad más, cuidándome, amándome verdaderamente y siendo responsable de mis actos.

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