miércoles, 1 de octubre de 2008

MEMORIAS DE INFANCIA

Hoy hace 33 años se celebró por primera vez el Día del Niño en nuestro país. Es oportuno entonces abrir el baúl de los recuerdos en nuestra mente y volver a vivir momentos de inocente niñez.

En el colegio he vivido instantes maravillosos e inolvidables de mi niñez y ahora quiero recordarlos. Cada mañana, al pasar por el Reloj de Flores, un vacío se formaba en mi estómago, la ansiedad surgía junto al deseo de no ir a clases. Mi mamá me dejaba en la puerta roja del colegio, la misma que cada mañana me veía llorar. Las maestras al verme en ese estado trataban de consolarme con dulces y palabras. Esto cuando tenía siete años. Al transcurrir del tiempo, el llanto se tornó en risas, felicidad que he quedado grabada en lo profundo de mi alma.

Cada Día de Pascua, llevábamos huevos pintados de colores, con dulces o chocolates dentro y un retazo de papel de china por encima. Íbamos a un jardín, el cual llamábamos, “El País de las Maravillas”; allí las maestras escondían los huevos y nosotros emprendíamos la aventura de buscarlos. Desde luego siempre estaban presentes las travesuras. Un día corriendo con dos amigas por un pasillo, accidentalmente tiramos a una maestra, al voltear la vista, nuestros ojos captaron una escena muy graciosa, la maestra de cabello largo y rizado estaba tirada en el piso con un gesto de dolor mientras cuatro niños ayudaban a levantarla, simplemente no pudimos contener la risa. Los recuerdos que llegan a mi mente en estos momentos humedecen mis ojos y me hacen suspirar de melancolía, esos momentos que no volverán, que quedan grabados en el corazón, mente, fotografías o bien un cuaderno de recuerdos.

Por otra parte, no todos los niños de Guatemala tienen la bendición de tener una alegre infancia. Lo que más me ha impactado en los últimos días fue cuando, de regreso a casa, en una parada de semáforo un niño de unos ocho años limpiaba parabrisas mientras perduraba la luz roja, y a un lado, un niño un poco más grande junto a un bebé que dormía inocentemente sobre el rustico asfalto de la banqueta. Por otra parte, en una visita a un orfanato, me di cuenta como los niños valoran hasta los más mínimos detalles. Fuimos con unos compañeros y llevamos piñata, dulces y comida. Los niños disfrutaron de los dulces, pero les fue más grato el contacto con nosotros, el simple hecho que los tomáramos de la mano, cargar a los más pequeños, darles un abrazo o jugar los hacia sonreír, fue impactante ver como su semblante cambió cuando nos fuimos.

Ahora que veo atrás me doy cuenta de lo afortunada que fui y soy. Agradezco a Dios por mi familia, mis amigas y amigos de infancia, quienes con pocos conservo fuerte amistad y hermandad. Extraño esos tiempos, en los cuales vivía sin problemas ni complicaciones. Creo yo que la inocencia es una virtud que permite una vida plena, libre, sin problemas o dilemas.


Ahora extraño a la niña que se permitía llorar cuanto fuese necesario, sin importar quien observara; extraño a la niña que su mayor placer era correr y jugar. Extraño una parte de mí que perdí al crecer.


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