jueves, 23 de octubre de 2008

DE CUANDO COMPLIQUÉ LO SENCILLO

Como cada día, ese martes 10 de agosto, abrí los ojos a las 6:00 de la mañana. No era un martes normal para mí. A la primera vez que mi despertador sonó, extendí la mano derecha para apagarlo y me levanté sin vacilar. Tenía una dosis extra de energía y entusiasmo, había algo que me motiva y con mi sexto sentido percibía que sería un día especialmente magnífico.

Me bañé, y luego desayuné. Estaba por salir de mi casa hacia la oficina, cuando recordé que no había guardado en mi bolso el CD que archivaba una campaña de publicidad, que de ser avalada por los clientes, sería transmitida por las principales radios del país. Regresé al estudio presurosa para recojerlo, pues allí lo había dejado. Estaba segura que lo había dejado en la primera gaveta del lado izquierdo del escritorio, pero no estaba. A los tres minutos de buscar y no encontrar comencé a gritar y maldecir como loca profana. Busqué en cada rincón, entre cada libro, en el piso, en las gavetas del escritorio, incluso en la maceta junto a la ventana, pero no lo encontraba. Maldije pensando que alguien lo había tomado o cambiado de lugar. El positivismo con el que desperté se había ido volando al carajo. En ese momento perdí la paciencia, ahora las palabras soeces proferidas de mi boca venían acompañadas con lanzamiento de objetos por todo el lugar. Libros volaban y chocaba contra la pared y el piso, hasta quebré un ángel de cristal que mi madre me había regalado. La presión de tener el reloj en contra me puso muy nerviosa. Salí del lugar para tratar de tranquilizarme, cerré los ojos y respiré profundo. Regresé tratando de cubrir la histeria y el nerviosismo con frases positivas en mi mente, mismas que por momentos se debilitaban hasta desfallecer. Decidí buscar calmadamente, y para mi sorpresa, el CD estaba encima del escritorio, había estado allí todo el tiempo. Nunca busqué en el lugar más sencillo, me compliqué por veinte minutos cuando estaba allí tan cerca y visible.

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