miércoles, 5 de noviembre de 2008

EN VÍSPERA DE NAVIDAD

La noche del 15 de diciembre, mientras las familias se dedicaban a comprar presentes de navidad, un anciano de aproximadamente 60 años era abandonado por sus tres hijos. Ellos estaban hastiados de él, pues sufría de leve demencia. El anciano de cara triste y arrugada vagó desesperado por las frías calles, tan solo en compañía de un viejo abrigo negro y el bastón que guiaba sus pasos. Su tristeza era evidente, la mirada vacía con ojos llorosos aún albergaba la esperanza de reunirse de nuevo con sus familiares. Quizá no pensaba que lo habían abandonado, quizá creía que en un descuido él se había perdido. Las largas caminatas lo dejaron exhausto, fue entonces cuando decidió sentarse sobre un viejo cajón de madera apolillada que no albergaba más que basura. El frío y el hambre eran ahora sus únicos compañeros. Moría de hambre, deseaba estar en su casa y comer y beber a gusto. Justamente pensaba en comida cuando desde un tercer nivel arrojaron una cubetaza de leche agria. Este líquido cayó sobre su cabeza cubierta por un sombrero negro, se deslizó sobre sus mejías hasta posarse sobre sus barbas y humedecer sus labios.

El anciano fue encontrado muerto tres días después, en el mismo lugar y en la misma posición, sentado sobre un cajón de madera apolillada que no albergaba más que basura.

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